INTRODUCCIÓN
“Las
palabras son las verdaderas monarcas de nuestra sociedad. El mero hecho de
cuidar su elección y colocación pueden cambiar el destino de las personas, o
incluso enmascararlo. El habla es tan bella y tan corruptible al mismo tiempo,
que llegados al punto en el que estamos, sólo me queda confiar en aquello que
nunca falla, aquello que es incapaz de ser disfrazado: la voz del alma”
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De nuevo me veo
obligado a subir estas malditas escaleras, ¡ya van 3 veces en lo que llevamos
de semana! Una vez más, mi madre me envió a mi cuarto, o como yo prefiero llamarlo
más coloquialmente, a mi burbuja. A veces me pregunto qué hago mal…Algún día
tengo que ser capaz de encontrar la respuesta a esta impotencia que siento día
tras día. Por suerte, subí rápidamente para presenciar por la ventana qué
ocurría después de mi ausencia. Esta vez parecía más grave, podía apreciar cómo
mi madre echaba la mayor reprimenda que estos jóvenes oídos de 13 años habían
escuchado jamás. Se trataba del hijo de
la señora Whilshere, mi amigo Dave. Podía escuchar al pequeño Dave sollozar
desde mi burbuja allá arriba, mientras su madre discutía con la mía usando un
tono bastante desafiante a la vez que replicante. Finalmente dejaron de hablar,
o al menos así lo decidió mi madre, quien bajo las palabras de la señora
Wilshere dio media vuelta y dedicó un amable gesto justo antes de entrar en el
hall de mi casa. Por su puesto, la madre del pequeño Dave correspondió la
actitud de mi madre con unas bellísimas palabras de despedida; posteriormente,
agarró a su hijo por el brazo y entraron en su casa.
Dave era mi vecino, al igual que la señora
Wilshere, vivíamos justo en frente el uno del otro. El pequeño Dave y yo
pasábamos las tardes jugando al ordenador (al parecer, fue el regalo que su
padre le envió desde Miami por el 24º cumpleaños de Dave), practicando unos
pases de fútbol en el asfalto que separaba nuestras casas o haciendo cualquier
cosa, la cuestión era hacer que el tiempo pasase bien y en buena compañía;
aunque a decir verdad, parece que mi madre tiene otro concepto de “buena
compañía”. O quizá, simplemente no lo tenía.
-
Cielito, tu hermano te espera en el
salón para que merendéis juntos – dijo dulcemente mientras ponía sus manos
sobre mis hombros.
Yo seguía mirando por
la ventana, un poco ensimismado. Podría decirse bien claro, que me había
quedado embobado delante de ella, tan atrapado por mis pensamientos que ni
reaccione a la entrada de mi madre en mi burbuja. Una vez que salió de mi
cuarto, decidí quitarme mis zapatos y ponerme mis zapatillas, ya que como dice
mi padre “por casa con zapatos no se anda”. Bajé las escaleras y allí estaba él, sentado en la mesa, esperándome un poco a regañadientes. Una vez los dos
sentados, no llegué a mojar mis galletas Oreo en la leche cuando amablemente,
mi hermano me preguntó:
- Bueno, ¿y qué tal el día Rob?
- ¡Lance! – irrumpió mi madre – No seas
grosero con mi cielito y termina de merendar tan rápido como puedas, tú padre
quiere que le acompañes al supermercado a comprar la compra del mes. Hoy tiene
el día libre.
-
De acuerdo mamá.
En el fondo, me encanta
mi familia. Bueno, en el fondo y en la superficie, vaya, ¿quién no quiere a su
familia? Esa cualidad que tenía mi madre de hacerme sacar el carnet de
identidad constantemente para verificar si finalmente me llamo “Robbie Green” o
“Cielito Green” era realmente alucinante. También está mi padre, siempre estaba
trabajando, pero nos trataba a los tres con una dulzura y un cariño sublime.
Aunque, es verdad que la mayoría del tiempo que estaba en casa, lo gastaba en
compañía de mi hermano. Él siempre se ha preocupado por mí, aunque mis padres
no parecen comprenderlo, al igual que con el pequeño Dave. Sin ir más lejos, el
otro día me invitó a su graduación (por fin terminó su grado en Ingeniería
informática) y desgraciadamente tuve que rechazarla. Curiosamente, mis padres
también pensaron igual que yo.
- Hijo, no te olvides que mañana tenemos
revisión – me susurró tan suave como la galleta que mojaba se disolvía en la
leche – y tenemos que despertarnos temprano.
No sé si estaba más
afectado por el hecho de tener que madrugar al día siguiente o por mi odio a
las galletas disueltas en la leche. Al fin y al cabo, ya nadie podía salvar a
aquella desgraciada Oreo, y decidí subir a mi burbuja.
¿Qué habría pasado con
Dave? La verdad es que no había parado de darle vueltas al tema. Aún era
incapaz de descifrar lo que ocurrió en el jardín de mi casa. ¿Acaso había hecho
algo malo? Era imposible, mi madre no parecía enfadada conmigo…Entonces ¿habría
hecho algo Dave? Tampoco lo creo, ya que habíamos pasado toda la mañana juntos,
y parte de la tarde. Seguramente será por esa razón que todavía no he
conseguido descubrir, esa razón que hace que mis padres no comprendan el
interés que Dave o mi hermano Lance tenían en mí.
De nuevo quedé atrapado
por mis pensamientos sin darme cuenta, además, esta vez fue durante horas. Era
la hora de cenar, y debía bajar, ya que ni a mis padres ni a mi hermano les
gustaba que me hiciese de rogar. Durante la cena reinó ese silencio
característico que tanto me inquieta y que tan feliz parece hacer a mis padres.
Por lo que podía apreciar, a Lance tampoco le agradaba ese silencio, pero no
entiendo porque no lo rompía entonces. En fin, no era hora de volver a quedar
inmerso en mi mente, así pues, terminé de cenar y me dispuse a regresar a mi
burbuja para acostarme temprano, ya que mañana tenía revisión; una revisión
que, por otro lado, parecía ser fuera de lo común, ya que, en esta ocasión, mis
padres y mi hermano habían decidido acompañarme. Aunque bueno, todo esto es solo una simple hipótesis y no
hay nada de extraño en la visita de mañana. Sin embargo, he de reconocer que la
ruptura de la monotonía era algo que me incomodaba e incluso me ponía nervioso,
aunque a la vez, estaba realmente excitado, y no podía esperar a que fuese
mañana. Sólo queda dormir y esperar, dormir, y esperar…